lunes, 3 de noviembre de 2008

La luna en la botella

No espera nada. La noche es demasiado joven para dormir, pero se ha hecho tarde para salir. El espejo le asegura que no está solo, aunque su compañero se limita a mirarle sin decir nada, a explorar su cara como en busca de una señal de vida. Entonces llaman a la puerta.

¿Quién será, a estas horas? Incluso el cartero ha olvidado ya su dirección. La última vez que el timbre lo visitó, hace muchas lunas, se quedó en la mirilla reteniendo el aliento, hasta que ella desapareció, llevándose el sonido conocido de sus pasos por las escaleras... ¿Y si ahora fuera ella? ¿Si fuera Julieta?

Tiempo después de verla marcharse del descansillo le escribió una carta. ¡Cuántas veces la revisó, antes de cerrarla en un sobre con dirección y sello! Y al fin la guardó en el álbum de las fotos: aún debe seguir allá, entregada a la imagen de Julieta con el fondo de la torre Eiffel...

Ahora en la mirilla sólo ve la oscuridad. Abre la puerta con cautela y enciende la luz de las escaleras.

Nadie.

En el suelo una botella abandonada, vacía. Al recogerla, oye un golpe seco. Su puerta se ha cerrado. Se ha quedado fuera de casa a las demasiadas de la noche, en pijama, sin llaves, sin cartera, sin nadie a quien pedir ayuda o un sofá para dormir. Pero recuerda que ha dejado la ventana abierta: desde el tejado no debe ser difícil bajar a la terraza de su piso abuhardillado. Y sube las escaleras hasta entrar en esta noche limpia de estrellas, ¡y al fin ve la Luna! Pega el ojo al cuello de vidrio y la busca en el fondo de la botella. Apunta al cielo, pero ve un planeta azul, ve nubes y mares y Asia y África y Europa y la minúscula península ibérica allá arriba, y ve a Julieta por la mirilla, y se ve a sí mismo reteniendo el aliento hasta sofocarse el alma. Y aquí está, libre de atmósfera y ligero de gravedad en la Luna.

Daniele Tommasini

No hay comentarios: